16 février 2008

Joaquín Albaicín, Henoch, los reyes magos y el orden de Melkitsedeq, (texto entero)

Para las Escrituras sagradas, es muy cierto que no se puede ver contradicción
entre ellas más que en la medida en que no se las comprende.
(René Guénon)

Las distintas familias del tronco abrahámico se hacen eco del destino sublime de ciertos enviados de Dios que, en virtud de su excelencia espiritual, fueron trasladados al Paraíso sin conocer el colapso de las funciones vitales calificado como defunción por la medicina. De todos los Vivientes en cuestión, el más «longevo» que conocemos es el Henoch bíblico, llamado Thot por los antiguos egipcios, Hermes por los griegos e Idris por los musulmanes. Estos últimos –a tenor de cuya exégesis Idris forma parte junto a Jesús [2], Khidr y Elías del cuarteto de Vivientes denominado Los Cuatro Pilares- lo identificaron desde los primeros días del Islam como regente del Cielo del Sol, el central entre los Siete Cielos, ese en el que, según la tradición hindú, hay un eje desde el que se realiza la mutación de todas las cosas contingentes y por el que el alma desencarnada ha de pasar antes de llegar a la Luna, tierra de las purificaciones.

La tradición abrahámica enseña que, al ser arrebatado a los Cielos sin pasar por las garras de la muerte, Henoch se transformó en Metatrón (Mikael), Jefe de las Milicias Celestiales, Príncipe del Mundo y «autor de las teofanías en el mundo sensible» [3]. Es, por consiguiente, el reino de este arcángel, ese mundo intermedio o sutil bautizado por Henry Corbin como mundus imaginalis, el campo de plasmación de «las teofanías y las visiones teofánicas» [4]. Según Ibn Arabi, en dicho universo sutil, donde las almas moran antes de entrar al universo sublunar y tras salir de él, «existen formas y figuras de una raza maravillosa» que «velan en las entradas de las avenidas que dominan este mundo en que estamos, Cielo y Tierra, paraíso e infierno» [5]. Son esas dichas «formas» las encontradas por el buscador espiritual cuando logra abandonar su envoltura somática y llegarse hasta el umbral de alguna de tales puertas, y las que le sirven de guía por las regiones visionarias antes de su regreso al cuerpo.

Es también Ibn Arabi quien informa de que Idris (Henoch) se manifiesta en el mundo humano por medio de las figuras de Khidr y Elías, que identifica respectivamente con Solve y Coagula, es decir, las dos serpientes del caduceo de Hermes, algo muy consistente con su naturaleza de mensajeros de la tierra en que se espiritualizan los cuerpos y se corporifican los espíritus. ¿Qué sabemos de ambas figuras?
De Khidr, primero de estos dos comisionados de Metatrón en el mundo humano, sabemos que es el Guardián de la Fuente de la Eterna Juventud y, pese a su condición errante, regente de la Tierra de Yuh, situada bajo la montaña primordial de Qaf. Su sobrenombre de Tair Al Quds (El Ave Sagrada) inevitablemente nos recuerda al Fénix que mora en el Cielo del Sol o de Idris [6]. Es el patrón de los viajeros y de todas las órdenes sufíes, así como la puerta abierta hacia la Gnosis para todos aquellos a quienes circunstancias de diversa índole impiden el acceso a los canales regulares de la enseñanza espiritual (particularmente, los llamados «pueblos en tribulación»). Es el maestro esotérico de los santos y los profetas (de ahí que El Corán se refiera a él como maestro de Moisés en la ciencia de la predestinación). Puesto que se trata de una manifestación de Idris, se entiende la afirmación de Schuon –compartida por Corbin- en el sentido de identificarle con el Espíritu Santo, «forma humana de Metatrón» [7]. En cuanto a su función de sostén de santos y profetas, tenemos que El Corán alude a menudo a Jesús como «auxiliado por el Espíritu Santo» [8], así como que Juan El Bautista, a menudo considerado una manifestación de Elías, está, en palabras del ángel a Isabel, «lleno del Espíritu Santo» [9].

Si Khidr es «el Espíritu Santo [...] la forma humana de Metatrón; y el Intelecto que habita en nosotros es su manifestación microcósmica», Elías, segundo componente de esta pareja, es «una manifestación histórica –pero también suprahistórica- de este principio» [10]. Elías, dice la tradición, era ya un ángel cuando pidió al Señor ser enviado al mundo para ser útil a los hombres. Una de sus misiones propias es archivar las crónicas de la historia del mundo. Pero la principal de cuantas le incumben es, sin duda, el anuncio de la próxima llegada del Mesías.

El nombre Metatrón suele traducirse como «guardián», «enviado», «mediador»
Funciones que, lógicamente, coinciden con las propias de Hermes, guardián de los caminos, mensajero de los dioses y, por tanto, mediador entre éstos y los hombres en la tradición grecolatina, y encuentran natural eco en las desempeñadas por los otros Vivientes que le sirven de ayudantes: así, Khidr es el guardián de la Fuente de la Vida y el guía de los viajeros, en tanto Elías es el guardián de Israel, el guía intelectual de místicos y rabinos, el mediador entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el heraldo de buenas noticias, el mensajero de Dios que prepara el camino al Mesías...


EL MISTERIO DE MELKITSEDEQ

La función desempeñada por Melkitsedeq –en cuya persona se reúnen la autoridad sacerdotal y la real- legitimó a René Guénon para, inspirándose en tradiciones orientales, referirse a este patriarca bíblico con el título de Rey del Mundo. De su condición de Viviente nos habla San Pablo: «Aquí (en el sacerdocio levítico), son hombres mortales los que reciben diezmos; más allí (en el sacerdocio de Melkitsedeq), un hombre de quien se da testimonio de que vive» [11]. Pero será en La Caverna de los Tesoros, apócrifo del siglo VI atribuido a San Efrén, donde encontraremos las informaciones más claras sobre el cometido de este Rey y Sacerdote, vicario de Metatrón en la Tierra.

Se hace preciso recalcar que nombres como Melkitsedeq (cuyo significado en hebreo es «Rey de Justicia») o Henoch designan ante todo dignidades, funciones. Como bien expone la tradición hindú (quizá, la más elaborada y precisa en lo referente a los destinos post-mortem del hombre), un ser hoy humano puede, en función de su «trayectoria» por la escala de los estados múltiples del Ser, asumir el rango de arcángel, dios central o Manú en un ciclo futuro. Es a esto, a la continuidad de la función, a lo que en parte se refiere la tradición cuando dice que Melkitsedeq «no tiene principio ni fin de su vida» [12], o que Henoch, poco antes del Diluvio (es decir, en vísperas del fin de un Ciclo y el comienzo del siguiente), dejó escritas en dos columnas todas las ciencias y fue después arrebatado a los Cielos [13] para ser investido con la dignidad de Metatrón. Tras el Diluvio, la desempeñada hasta entonces por él en la Tierra habría sido asumida por Melkitsedeq, elegido por Dios expresamente para ello.

En La Caverna de los Tesoros se nos narra que, tras la expulsión del Jardín, la descendencia de Set habitó una montaña lindante con la Tierra Santa, donde durante varias generaciones rindió culto al cuerpo incorrupto de Adán y a la que éste último había podido trasladar algo de incienso y mirra procedentes de Edén [14].

Constantemente tentados por la prosapia de Caín, que les invitaba a unirse a ellos en el llano, quedaban ya muy pocos setitas en la montaña en los días de Henoch. De hecho, el padre de éste, antes de expirar, predice que Dios ya no les dejará vivir mucho tiempo allí. Henoch, a su vez, en vísperas de su partida, comunica a los que quedan que ya no nacerá en la montaña hombre alguno que pueda ser «cabeza de sus hijos». Es, pues, tras la ascensión a los Cielos de Henoch y el desencadenamiento del Diluvio cuando tiene lugar la ocultación definitiva del Centro Supremo y el establecimiento de la iniciación [15]. En su lecho de muerte, Noé dirá a Sem que Dios ha elegido a Melkitsedeq para custodiar en lugar secreto, en el Centro del Mundo, el cuerpo de Adán. Le ordena sacarlo del Arca, cerrar después ésta con su sello y que ninguno de sus descendientes vuelva a entrar jamás en ella. «Esta historia», sentencia, «ya no volverá a ser explicada entre ninguno de todos vuestros descendientes» [16].

Así se hizo, y Melkitsedeq, heredero de Henoch, es desde entonces el guardián del depósito primordial en el Centro del mundo humano y el responsable de mantener tenso el hilo que une al hombre con el estado paradisíaco («Soy la realidad trascendente, y soy el hilo tenso que la mantiene cercana», dice Khidr en un conocido relato de Abd El Qarim Yili [17]). Como precisa René Guénon:

El título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada […] se aplica con propiedad a Manú, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se reencuentra, bajo diversas formas, en un gran número de pueblos antiguos […]. Este nombre, además, no designa en modo alguno a un personaje histórico o más o menos legendario; lo que en realidad designa es un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la Luz espiritual pura, y formula la Ley (Dharma) apropiada a las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia. […] ese principio puede ser manifestado por un centro espiritual establecido, en el mundo terrestre, por una organización encargada de conservar íntegramente el depósito de la tradición sagrada, de origen «no humano» […]. El jefe de tal organización, representando de algún modo al mismo Manú, podrá legítimamente llevar el título y los atributos; y asimismo, por el grado de conocimiento que debe haber alcanzado para poder ejercer su función, se identifica realmente con el principio del cual es como la expresión humana, y frente al cual su individualidad desaparece [18].

Así pues, si Metatron es el Polo Celeste, Melkitsedeq es el Polo Terrestre de la jerarquía iniciática. De ahí que la tradición haya reconocido en los Reyes Magos –Melchor, Gaspar y Baltasar- a la cúpula rectora de este Centro, a los vicarios en la Tierra de Henoch, Khidr y Elías, profetas del Cielo del Sol. Decir Melkitsedeq y decir los Reyes Magos es referirse a una sola realidad [19]. No es, pues, de extrañar que, en correspondencia con su condición de vicarios de Henoch, Khidr y Elías, desempeñen funciones claramente herméticas (son, por ejemplo, los heraldos ante Herodes del nacimiento del Cristo, cuya llegada –lo mismo que Elías- preceden). Así pues, lo importante en verdad, por encima de la «historicidad» de las personas de los Reyes Magos, es la reasimilación de lo que su viaje a Belén supone desde el punto de vista espiritual, pues, en palabras de René Guénon, «estos personajes misteriosos no representan en realidad otra cosa que a los tres jefes del Agarttha» [20], es decir, a las potencias espirituales regentes del Centro Supremo o Reino del Preste Juan. Era la misma convicción sustentada por Jacques d'Auzoles, quien (muy poco después de que el jesuita Esteban Cacella llegara a Shigatse, en Tíbet, e informara a sus superiores de la existencia, según los locales, de un reino llamado Shambhala que se proponía encontrar y convertir) les identificó en una obra de 1638 como Melkitsedeq, Elías y Henoch y se refirió al «Paraíso Terrenal, que es su perpetuo país de residencia» [21]... Dos siglos después, la vidente Anna Katherina Emmerich revelará cómo la gruta de la Natividad, donde antaño ya había sido alumbrado Set por Eva, se encontraba a la sombra de un terebinto plantado sobre la sepultura de la nodriza de Abraham. Cuando llegaron a Belén:

Los Reyes se reunieron en círculo junto al terebinto que se alzaba sobre la tumba de Maraha, y allí, en presencia de las estrellas, entonaron algunos de sus cantos solemnes [22].

De igual modo procedieron antes de regresar:
... se reunieron debajo del terebinto, sobre la tumba de Maraha, para celebrar allí, como en la víspera, algunas ceremonias de su culto.

Para comprender en qué consistía «su culto», procede recordar que, según Emmerich: «Abraham se encontró con Melkitsedeq debajo de este árbol». Desde tal perspectiva, la presencia en Belén de los enviados del Polo espiritual de la época, la reunión del Polo Terrenal encarnado por los Reyes con el Polo Celestial manifestado en el Niño Divino, debe ser reconocida como la señal legitimatoria y sancionadora del nacimiento de Jesús como alumbramiento verdaderamente mesiánico, como el de un sacerdote «según el orden de Melkitsedeq». Olvidar, pues, a los Reyes, en quienes la Iglesia no parece haber visto durante mucho tiempo más que a unos precursores del DOMUND, equivaldría al olvido del Centro del que son representantes, así como de la función que incumbe a Melkitsedeq: mantener tenso el hilo entre el Cielo y la Tierra perpetuando junto al cuerpo de Adán, del que es custodio, los ritos que pueden servir al hombre de vehículo para su retorno a Edén [23].


DE CARA AL APOCALIPSIS

Es importante, además, no perder de vista la relevancia de los papeles con que la tradición ha reconocido investidos a los Vivientes en el marco del Fin de los Tiempos, período escatológico ineludible para cuanto pertenece al dominio de la manifestación cósmica.

De hecho, ¿no es en el Cielo del Sol donde se juzga el destino por las obras? Thot es quien, en la tradición egipcia, pesa las almas. En la griega, Hermes las guía hacia sus moradas de ultratumba. Fuentes hebreas atribuyen a Elías, sentado en los cruces de caminos que serpentean hacia el Paraíso, la conducción de los justos a éste, y también la tarea de, en el Sabbath, sacar a los pecadores de la Gehenna y devolverlos allí al término de la jornada de descanso… Pues, de igual modo en que, en el plano microcósmico, el alma del hombre ha de someterse a la purificación post-mortem a que se haya hecho acreedora, debe también la Tierra purificarse en el paso de un ciclo cósmico a otro.

Mas, para estupor de muchos creyentes, la Iglesia Católica ha dejado hace tiempo de enseñar que nos hallamos ante el frontispicio del Fin. Como mucho, con un optimismo que hermana la nueva «teología» con el pensamiento progresista, emplaza ese Fin del Mundo en un futuro remoto: tan remoto, de hecho, que sólo armados de muy buena voluntad podemos decir que concuerde en espíritu con la enseñanza evangélica y coránica de que, sobre la fecha exacta de ese día, «sólo sabe el Padre». No hay que inquietar a los cristianos, se nos dice.

Los musulmanes, con mucho más ortodoxo criterio, aguardan entretanto una muy singular llamada a la oración: ha de ser pronunciada desde el minarete de la mezquita damascena donde reposan los restos del Bautista, y nacerá de la garganta de Jesús. Será la señal de su Segunda Venida. Junto a Él estará ese día el jefe de sus ejércitos, el Imam Mahdi (según los sermones de los imames, no otro que Elías, el precursor). También, el lugarteniente de éste, Khidr. Con el apoyo de ambos, derrotará Jesús al Anticristo… Nada que debiera sobresaltar a un cristiano, por cuanto, si volvemos la vista hacia las páginas de Apocalipsis (cuya redacción se atribuye a otro Viviente: San Juan), constataremos que Elías y Henoch son identificados en ellas como mensajeros del Mesías asesinados por el Anticristo [24].

Significativamente, tampoco ningún hindú o budista –desde su propia perspectiva- ignora que nos hallamos en el Kali Yuga o Edad de las Sombras, llamada Edad de la Progresiva Corrupción en los libros sagrados del jainismo. También todos los clanes pieles rojas están al tanto de la actualidad del Fin de Ciclo. Percibir y conocer esto no implica la adopción de poses alarmistas ni la firma de hojas de afiliación a cofradías de histéricos. Pero nos parece importante no silenciar que, a día de hoy, de entre todos los creyentes, sólo los cristianos –en particular, católicos y protestantes- permanecen ignorantes del Tiempo en que vivimos.

No siempre, desde luego, fue así. Es, pues, muy pertinente recordar hoy las fronteras del mapa del Fin dibujadas ayer por aquel Arnau de Vilanova que escribiera a reyes y papas en nombre de Cristo:

En Daniel XII, 2 se lee que desde el tiempo en que cese el sacrificio perpetuo y que sea liberada la «abominación de la desolación» pasarán 1290 días. […] De esta manera, si sumamos los 1290 años de los setenta de la destrucción de Jerusalén, nos da como resultado que, aproximadamente hacia la mitad del siglo XIV, sucederían aquellos tiempos finales [25].

Basándose en la profecía de Daniel, Arnau esclareció, en efecto, que fue en 313, año del Edicto de Constantino y del fin de las persecuciones, cuando el diablo fue «encadenado por mil años». Los mil años del Reino de Dios en la Tierra se corresponden, pues, con la Cristiandad medieval. En 1312, presionado por Felipe el Hermoso, Clemente V disuelve la Orden del Temple y nace el mundo moderno. El Anticristo comienza su carrera.


LA COGULLA BLANCA

Fue en torno a 1500 que comenzó a circular en Rusia el Relato de la Cogulla Blanca, tocante a una prenda llevada de Roma a Constantinopla y de ahí a Moscú, y que otorgaría a quien la ciñera la autoridad espiritual. El argumento era: dos Romas han caído para no levantarse más, Moscú será la tercera y salvará al mundo... En las circunstancias presentes, bajo las que no cabe sino admitir que, después de siglos y siglos de disenso, nadie sabe ya dónde está la Cogulla en disputa, aceptar la soberanía del Preste Juan, remitirse como sola autoridad ecuménica a Melkitsedeq y al Centro Supremo donde todas las formas tradicionales -incluidas aquellas ya abandonadas por los hombres- perviven intactas hasta el Fin del Ciclo, ha de ser la única referencia.

«Cada uno en su casa, y Dios en la de todos», reza el dicho de nuestros abuelos. Como señala Charles Upton en su obra El sistema del Anticristo, las religiones -como los radios de una rueda- no pueden sino partir de un único Centro: «El hecho de que cada una irradie desde el Centro indica que ha sido revelada por Dios; el hecho de que todos y cada uno de los radios se encuentren sólo en el Centro indica que la unidad de las religiones no es ecuménica (“mundial”), sino trascendente. Las religiones están unidas, en otras palabras, no en virtud de su comparatividad relativa, sino en el terreno de su incomparable singularidad». Cada religión es, pues, una Puerta abierta a una perspectiva única del mismo Centro. De ahí la precisión de Swedenborg: «Es una verdad divina que no existe salvación salvo la salvación del Señor, pero esto debe ser comprendido en el sentido de que no existe ninguna salvación que no proceda del Señor». Ya puso también el dedo en la llaga Marco Pallis al escribir que: «El reconocimiento de que nos encontramos en una fase avanzada del Kali Yuga o Edad de Hierro (por usar el equivalente romano del término indio) es la explicación más ajustada desde el punto de vista cíclico. Con frecuencia encuentro cristianos serios que dicen que si esta verdad particular no puede ser integrada de modo inteligible en la perspectiva cristiana, se verán forzados a abandonar esta última, aunque les pese. Para estas personas, una ortodoxia cristiana que, después de hacer caso omiso de la gran cantidad de pruebas autentificadas a favor de otras religiones, insiste en excluir toda creencia en una unidad compartida más allá de lo formal, ya no es viable» [26].

¿De verdad necesita el Vaticano seguir ofendiendo a los apaches con la instalación de su observatorio astronómico en el monte Graham, sagrado para el pueblo de Gerónimo y Cochise? ¿De verdad creen servir a Dios los funcionarios saudíes persiguiendo con saña el culto cristiano o hindú en su territorio? ¿Tan mala es la estrategia de frente único adoptada en Rusia por las religiones tradicionales –ortodoxia, Islam, judaísmo, budismo y chamanismo- para plantar cara a los desmanes del ateísmo y las sectas?

No cabe, en efecto, mayor absurdo que esa obsesión de tantos eclesiásticos por «convertir» a personas que, de hecho, rinden culto desde hace milenios a una realidad trascendente y poseen su propia sabiduría de origen divino. ¿Quién puede, en realidad, pensar que –mediante prestaciones sociales de índole asistencial- va a levantar el Reino de Cristo en las Chimbambas aquel que ni siquiera es capaz de llevar gente a su parroquia en su ciudad de origen, donde nadie precisa de esas caridades elementales? [27] Imaginar que unos señores cuyo dios se llama jeringuilla, antibiótico, subsidio, beca, agua oxigenada… van a salvar el alma de otros cuyo dios se llama Allah, Brâhma, Shiva, Wakan Tanka… es un insulto a la inteligencia o, al menos, a la inteligencia animada por el espíritu. Así pues, la renuncia al proselitismo, esa inelegancia que tan bien se aviene con la promiscuidad típica de los partidos políticos, las sectas destructivas y demás chusma satanizante, pero que en nada sintoniza con el distanciamiento señorial propio de toda vía espiritual, es un imperativo cíclico que, en mi modesta opinión, la Iglesia debe hacer suyo. ¿Hace falta recordar que lo único que, allá donde han ido, han conseguido los misioneros cristianos ha sido la erradicación del sentido de lo sagrado donde este estaba arraigadísimo, y su reemplazo por la mentalidad utilitarista, progresista y, en el fondo, materialista que en última instancia les animaba? Nos referimos, sí, a ese virus incubado bajo las grises bombillas del iluminismo y que conduce a los purpurados a indignarse porque en la Constitución Europea no sea mencionada la influencia del cristianismo en la génesis de la civilización occidental moderna. ¡Extraño afán por ser citados entre los contribuyentes a una civilización nacida de la rebeldía contra la autoridad espiritual y adversaria declarada de todos los rostros de Dios! [28].


LA EDAD MEDIA

Invitamos, sí, a una vuelta a la Edad Media… Y sólo como primera estación, pues el destino final se encuentra en las orillas del bendito mundo anterior a Babel. E invitamos a empezar el viaje con dosis de elixir pequeñas, pero muy vitaminizadas y cargadas con gran poder evocador: por ejemplo, con una cucharadita de la única incursión que conocemos del cine español en el mito del Grial y, por tanto, del Preste Juan. Nos referimos a Parsifal, rareza inspirada en la obra de Wolfram von Eschenbach, rodada en 1952 por Daniel Mangrané.

Una historia, sí, de vikingas con trenzas correteando por las inmediaciones de un Montserrat vigilado por los templarios. No es -lo sabemos- Excalibur, acaso la mejor película nunca rodada sobre tema medieval y griálico. Pero no deja de ser más fiel al mundo que aspira a retratar que la reciente El Reino de los Cielos, que nos lanza tras la muerte de Godofredo por una pendiente imposible de remontar. Es comprensible, claro está: si quería concluir su rodaje, Scott necesitaba a todas luces acabar con Godofredo, por cuanto éste le hubiera cortado la cabeza de un tajo en su silla de tijera antes de permitir que su hijo terminara hecho un paladín del laicismo. Porque el mensaje de la película es así de «cristiano»: no ganan quienes luchan por Dios, sino quienes luchan por «el pueblo»… «Mirad», viene a decirnos Scott: «Ahí hay un millón de musulmanes bien armados, que se postran alabando a Dios antes de iniciar el combate. Pero de nada les valen su fe y su valor frente al ingenio, las argucias, el pragmatismo y la “inteligencia” del hombre racional». Muerto Godofredo, sólo el Rey leproso –tras cuya máscara se cuela de rondón el Rey Pescador siempre sangrante de las leyendas griálicas- y Saladino, el otro creyente, sostienen la historia con interés para quien acude al cine en busca de algo más que aventura.

Cierto: el mensaje final –el verdadero Reino de Dios está en el corazón- deja atrás la cáscara religiosa para sumergirnos en la esencia que la anima… Pero, de eso, se dan cuenta cuatro espectadores. La gente, en definitiva, sale del cine digiriendo el mensaje humanista antedicho. Incluidos los curas, me atrevería a decir.

Si invitamos a ver el Parsifal de Mangrané es, fundamentalmente, porque vuelve su cámara hacia el guardián del Grial, ese Preste Juan que en las querellas interreligiosas no toma partido por nadie y, Señor de las Tribus Perdidas de Israel, lo mismo se dirige al trono de Occidente que al de Oriente, al Papa que a Saladino, a ortodoxos que a católicos, al Papado que al Imperio, a la Cruz como al Islam.
Desde la atalaya de la simbología tradicional, el mito del Preste posee una coherencia y una lógica interna absolutas, cumpliendo una función muy precisa: recordar a los caballeros -cada vez que sus soberanos se enzarzan en veleidosas pugnas por las riquezas de este mundo- que su combate es una lucha de corte eminentemente espiritual, pues del poder espiritual es vasallo todo monarca legítimo. Cuando los ejércitos cristianos se ven más apurados, sus enemigos son barridos con aplastante dureza por un Rey que conduce a sus tropas bajo el símbolo de la cruz. Sin embargo, ese Rey invicto no hace acto de presencia, nadie le ha visto en persona ni puede señalar a ciencia cierta dónde se encuentra su heredad. Golpea con la implacabilidad de una plaga bíblica para, inmediatamente después, desvanecerse como si su acción hubiese sido una acción celestial antes que humana, obra del brazo del mismo Dios. Y, finalmente, encarnado en la Horda de Oro de Mongolia capitaneada por Chingiz Khan y sus sucesores, manifestaciones del brazo izquierdo -el del Rigor [29]- del Rey del Mundo, llegará a amenazar y aterrorizar a la propia Cristiandad cuya alianza poco antes buscó.


EL ESCUDO DEL NUEVO PAPA

Ángel Almazán de Gracia llamaba días atrás mi atención y la de otros amigos sobre la presencia de la cabeza de un «etíope» o rey negro, que en la heráldica nobiliaria y eclesiástica medieval solía figurar al Preste Juan… en el escudo de Benedicto XVI. Sobre el papel, el Papa se habría limitado a incorporar a su escudo pontifical algunos elementos tradicionalmente presentes en el del Obispado de Freising, que un día ocupara. Nos parece interesante subrayar, sin embargo, que el primer titular de dicha dignidad en introducirlos, allá por el siglo XII, no fue otro que… Otto de Freising, tío de Federico Barbarroja y pionero en la difusión en Occidente de noticias sobre el Reino del Preste Juan. Y que lo hizo, precisamente, como reconocimiento y homenaje a la soberanía de éste.

Así pues, en unos tiempos en que nadie habla ya de Juan, Señor de las Tres Indias, ha sido -para mi sorpresa y contra todo pronóstico- nada menos que el recién electo sucesor de Pedro quien, aunque sin ruidos ni alharacas, ha venido a desempolvar la simbología prestejuánida.

Del obispado de Freising ha tomado también Ratzinger el oso, que remite –como nos recordaba Almazán de Gracia- a la Osa Mayor, sede simbólica del Centro Supremo antes de su traslado a las Pléyades y símbolo también de Arturo y de la casta guerrera o real. Se había fijado también nuestro amigo en las dos llaves entrecruzadas, comunes a todos los escudos papales y que son, oficialmente, las de San Pedro: «Muy clarificador es», comentó, «que desde el propio Vaticano [30] se nos diga que “varios autores las interpretan como los símbolos de los poderes espiritual y temporal”» (los que, precisamente, se unifican en la persona del Preste). Y nos recordó, además, las precisiones de Guénon sobre el simbolismo de Jano, que permitirían reconocer en ambas llaves la Mano de Justicia y la Mano de Misericordia del Rey del Mundo.

¿Una llamada al sometimiento del poder temporal al espiritual lanzada en vísperas del Fin de Ciclo? Pues eso parece. No se olvide que la liberación del Anticristo de su prisión –léase el mundo moderno- comienza precisamente con Felipe El Hermoso y la eliminación del Temple, es decir, con la rebelión del poder temporal contra el espiritual.

Ratzinger… En su escudo se unen el oso o jabalí, símbolo de la casta guerrera, con el rey negro o Rey Sacerdote. Añádase que el nuevo Papa ha convocado su primera cita de masas en Colonia, lugar de descanso de las reliquias de los Reyes Magos, en menciones a los cuales fue rico su discurso.

Muy alentador, en suma, este indicio de que alguien en la Iglesia –y, precisamente, su cabeza- parece no haber olvidado que Jesús es sacerdote eterno… «según el orden de Melkitsedeq».


[1] Joaquín Albaicín es escritor, conferenciante y cronista de la vida artística. Es autor de, entre otras obras, la novela La serpiente terrenal (Anagrama), el libro de relatos La Estrella de Plata (Manuscritos.com) y los ensayos En pos del Sol: los gitanos en la historia, el mito y la leyenda (Obelisco) y El príncipe que ha de venir (Muchnik Editores).

[2] De acuerdo con la revelación islámica, Jesús ascendió a los Cielos sin experimentar la muerte física.

[3] Guénon, René: El Rey del Mundo (Fidelidad, Buenos Aires 1985).

[4] Corbin, Henry: Cuerpo Espiritual y Tierra Celeste (Siruela, Madrid 1996).

[5] Cit. en Corbin.

[6] Ver II Enoch. El Libro de los Secretos de Enoch XII, 1 (Editorial 7 ½, Barcelona 1981).

[7] Carta de Frtihjof Schuon a Leo Schaya de 4 de septiembre de 1973, cit. en Aymard, Jean-Baptiste: Un retrato espiritual, en VV. AA. Frithjof Schuon (1907-1998). Notas biográficas, estudios, homenajes (Olañeta, Palma 2005).

[8] Seguramente, hay que reconocer a Khidr en el ángel que le conforta en el Monte de los Olivos.

[9] Lc 1, 18-20.

[10] Hb 7, 3.

[11] Hb 7, 9.

[12] Schuon, en op. cit.

[13] El Libro de Henoch nos dice que fue trasladado a «las dulces mansiones que rodean al Paraíso». Según algunas enseñanzas, el Paraíso Terrenal está en el Cielo de Venus, «vecino» del Cielo del Sol regido por Henoch. La Tierra de Yuh regida por Khidr se halla también en el Cielo del Sol y lindante, pues, con el Paraíso.

[14] Eco de esta enseñanza tradicional son las leyendas griálicas según las cuales Set habría logrado volver a Edén y llevarse con él el Santo Grial.

[15] Así describe la situación el científico y teólogo del siglo XVIII Swedenborg, Emanuel: «Los humanos más antiguos de nuestro planeta disfrutaban de este tipo de unión con los ángeles del cielo, por eso llamamos Edad de Oro a aquellos tiempos. Reconocían lo divino en forma humana y, por lo tanto, reconocían al Señor, hablaban con los ángeles del cielo como si lo hicieran con los miembros de su familia, y los ángeles del cielo hablaban con ellos de la misma manera; y, en ellos, el cielo y este mundo eran una sola cosa.
»Pero después de aquellos tiempos, los hombres se fueron alejando paso a paso del cielo por amarse a sí mismos más que al Señor y al mundo más que al cielo. […] Entonces se cerraron sus niveles más profundos, los niveles que se abren en el cielo, mientras que sus niveles exteriores se abrieron al mundo. Una vez sucedido esto, nos encontramos iluminados con respecto a las cosas de este mundo y en la oscuridad con respecto a las cosas del cielo.
»Desde aquellos tiempos, la gente rara vez ha hablado con los ángeles del cielo...» (Del Cielo y del Infierno, Siruela, Madrid 2002).

[16] La Caverna de los Tesoros. Versión de Andreas Faber-Kaiser (Obelisco, Barcelona 1984).

[17] Cit.en CORBIN.

[18] El Rey del Mundo.

[19] Sobre este particular, ver El Rey del Mundo, caps. II (Realeza y Pontificado) y VI (Melki-Tsedeq). También, Guénon, René: Cristo, Sacerdote y Rey, en Letra y Espíritu nº 6 (Encarte, L´Hospitalet 1999).

[20] Guénon.

[21] d'Auzole, Jacques: L'Epiphanie, on Pensées nouvelles á la Gloire de Dieu touchant les trois Mages (1638), cit. en Trexler, R. C.: The journey of the Magi (Princeton University Press, 1997). Trexler da el dato de cómo en muchas casas de Alemania, donde se tenía la costumbre de pintar como talismán en las puertas las letras M + G + B, iniciales de los Reyes, estas fueron cambiadas tras publicarse la obra de d'Auzole por M + E + E (Melchor + (H)Enoch + Elías).

[22] Emmerich, A. C.: Vida de María Madre (Sol de Fátima, Madrid, 1999).

[23] El ternario integrado en el Cielo del Sol por Idris, Khidr y Elías halla en la tradición cristiana su análogo en el formado por el Arcángel Mikael (Henoch), el Arcángel Gabriel y Elías. Según Ibn Arabi, Khidr «desempeña con los más santos la misma función que Gabriel desempeñó con el profeta de Allah» (como se recordará, es el ángel Gabriel quien dicta El Corán a Muhammad y anuncia su misión a María). Un ternario menor, cuya correspondencia con los citados no es plena, sería el formado por los apóstoles Juan (el esoterismo o la espiritualidad pura), Santiago (el mundo sutil o intermedio) y Pedro (la autoridad exotérica). En el ámbito ortodoxo, las funciones de Santiago son desempeñadas por San Jorge, asociado por la enseñanza islámica a Khidr y Elías.

[24] Procede conectar este dato con el hadith -tradición oral atribuida a Muhammad- según el cual el Anticristo no logrará dar muerte a Khidr, pese a -en apariencia- haber logrado su propósito.

[25] Vilanova, Santiago de: Arnau de Vilanova: la trompeta de Dios, en Letra y Espíritu nº 2 (Encarte, L´Hospitalet 1998).

[26] Espectro luminoso del budismo (Herder, Barcelona 1986). Lecturas importantes de cara a comprender esto son Doctrina de la No-Dualidad y Cristianismo (Índica Books, Varanasi 1999), escrito por Lemoine, Elie, bajo el pseudónimo Un monje de Occidente. También Guénon, René: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos (Paidós, Barcelona 2000) y La crisis del mundo moderno (Paidós, Barcelona 2001) y Georgel, Gaston: Le Cycle Judéo-Chrétien (Archè, Milán, 1983) y Les Rythmes dans l´Histoire (Servir, Besançon 1949).

[27] En este profundo, original y desusado estudio, nuestro colaborador se adentra más en la mística que en la praxis de las religiones. Por ello nos podrá extrañar algunas de las manifestaciones que figuran en las líneas siguientes que rozan con la imprescindible aproximación del cristianismo al mundo temporal de la historia en el que ha de desenvolverse, pues sin esa relación con lo temporal no tendría sentido la encarnación de Dios en su Hijo ni la muerte de éste en Cruz para salvar al hombre. Nosotros mismos nos pronunciamos continuamente en esta dirección, y constancia de ello son las manifestaciones al respecto de la mayoría de los colaboradores de este número (N. de la R.).

[28] Guénon, René: «Se dice que el mundo moderno es cristiano, pero es un error; el espíritu moderno es anticristiano, porque es esencialmente antirreligioso; y es antirreligioso porque, desde un punto de vista más general, es antitradicional; eso es lo que constituye su carácter propio, lo que le hace ser lo que es» (La crisis del mundo moderno).

[29] En una carta a Vasile Lovinescu escrita por René Guénon el 24 de febrero de 1936, éste alude a Chingiz Khan y Tamerlán como «manifestaciones (no decimos encarnaciones) del “rigor”» (Cartas de René Guénon a Vasile Lovinescu, en Symbolos nº 20, Guatemala 1999).

[30] Se refería a un artículo aparecido en L´Osservatore Romano.

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